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Lola Y

     

Wednesday, July 30, 2003

 
Me choca sentirme insegura. Es la peor sensación que he podido sentir en mucho tiempo. No me importa que los artistas se vengan en mi culo y yo no los toque ni me toquen ni sepan mi nombre. Pero detesto que me asalten.

Anoche fui al cine a ver una mala película. No tenía nada mejor que hacer. Cuando salí del cine tomé un taxi para ir a descansar, desmaquillarme, ponerme una par de cremas, leer un poco y dormir. El del taxi me quiso hacer plática. Reconozco que fue mi error no haberme fijado en las placas ni en el tarjetón ni en los detalles que dicen que nos fijemos en la tele. Quería descansar y en eso pensaba cuando otro hombre abrió la puerta del taxi, me amenazó con una pistola y me ordenó que me callara.

Estoy loca pero no soy estúpida. El señor, no lo vi mucho, chino, prieto y feo, comenzó a pasar sus asquerosas manos por mis piernas. Hijo de puta, me dieron ganas de morderlo y rasguñarlo y arrancarle sus huevos, pero me contuve. Ya dije que no soy pendeja. Pues el naquete ese disfrutó el momento, se dio el lujo de meterme las manos y acariciarme las piernas bajo la falda, una lágrima de impotencia resbaló por mi mejilla.

Hijo de puta, le dije, róbame lo quequieras pero saca tus manos de ahí. Las sacó inmediatamente para cachetearme y jalarme el cabello hacia su prieta y fea cara. Entonces lo vi bien, nariz de cacahuate, rasgos duros, cicatrices, ojos negros, mirada perdida, barba mal afeitada. Su aliento casi me adormece. Y dijo: te callas perra o aqui te lleva la chingada. Sentí el frío metal de la pistola bajar de mis senos a mi entrepierna.

Lo miré fijamente a los ojos. Seguramente vio miedo, pero era odio y frustración. Entonces me agachó y puso mi cara entre sus piernas. Su pene estaba duro. Comenzó a moverse y a moverme la cara, restregándome su miembro. Acepto cualquier tipo de humillación pero esto ya era bastante. Decidí no hacerme la valiente y aflojé mi cuerpo. No podía hacer nada más, quería que todo terminara. Así estuvo lo que a mi me pareció un largo largo trayecto. El que manejaba nunca abrió la boca. El cabrón este gimió de repente, supuse que se había venido. Me levantó una vez más y metió mis manos por debajo de mi chamarra y blusa y me apretó las chichis un rato más.

Yo jalé mi bolsa y le di mi cartera. le dije que parara, que era suficiente, que ya tenía lo que quería. No me hizo caso y metió de nuevo su mano callosa y dura debajo de mi falda. Cerré los ojos. De nuevo la sensación de impotencia y rabia dentro de mi, a pesar de tener los ojos cerrados todo se veía rojo, intenso, rojo sangre brillante. Sus manos jalaron mi pantaleta. Me obligó a abrir las piernas y jaló hasta romper. Luego metió sus puercos dedos. Mi vagina estaba más seca que una carne de machaca. Y aun así el cerdo metió sus dedos. De la rabia pasé al dolor. Me estaba lastimando pero no pude aflojar, mi cuerpo instintivamente estaba apretado, aunque el cerdo insistiera en abrime las piernas. Quería que terminara todo. No lloré, juro que me aguanté, quería derramar charcos de lágrimas pero no le daría gusto al hijo de puta.

No sé si eso duró segundos, minutos u horas. A mi me pareció el infinito. Sentí como la velocidad del taxi disminuía y se apagaba el motor. El taxista dijo, ya cabrón, el cabrón sacó por fin sus manos de mi. Jaló mi bolsa y me jaló a mi, me tomó del brazo como si fuésemos pareja, me llevó al cajero automático, abrió, metió la tarjeta y me dijo que oprimiera mi nip, lo tecleé. Consultó mi saldo y me dijo, no tienes mucho perra, tienes suerte. Sacó el poco dinero que pudo sacar, extrajo la tarjeta, salimos del cajero y me devolvió la bolsa.

Todavía nos metimos al taxi y me dijo: somos gente educada perra, no te haremos nada, aquí tienes tus cosas y pórtate bien y cuídate, las calles son peligrosas. Se detuvieron y me bajaron, me extendieron un billete de 20 pesos y dijeron: toma un taxi para llegar a tu casa. Se fueron. Pude escuchar sus carcajadas. No recuerdo ni vi en ningún momento las placas del taxi. Hoy no he ido a trabajar. Simplemente quiero olvidar todo.



Tuesday, July 29, 2003

 
No había podido venir a este rincón por x razones, pero me tienen de vuelta. Y una de esas razones es que el miércoles fui a la inauguración de una exposición de un artista. No mencionaré el nombre para no herir susceptibilidades. Sé que me lee y no sería muy grato para él lo que platicaré. Para mí no tiene la menor importancia.

Pues resulta que el miércoles en la noche en medio de la celebración y las copas de vino y las pláticas este artista, que fue a presenciar la exposición de otro, me abordó para ponerse a platicar conmigo sobre la exposición, los cuadros, las esculturas, el arte conceptual y otros temas del estilo. No sé mucho de eso, pero intercambiamos puntos de vista. A veces soy muy seca y parca en mis comentarios. Lo quería alejar.

Su barba de candado y su cabello un poco largo todo negro me chocaron de principio. Además su inteligencia y sus comentarios impostados. Yo lo dejaba hablar para interrumpir con algún comentario tonto. Seguramente él pensaba que me había cautivado con su plática, así son todos los artistas de engreidos. Ellos lo saben todo, los demás apenas nada.

Conforme se fue poniendo ebrio hablaba menos pero con más incoherencias hasta que en un momento no pudo más y me invitó a salir de ahí. Tomó su copa de vino de un trago y la mía la dejé ahí, a la disposición de los infaltables borrachos. Como todo artista no existoso, me subió a un vocho modelo 70yalgo. Bien cuidado y pintado con un verde pastel muy agradable. Le reconocí su buen gusto. Ya no decía tonterías y yo preferí continuar callada.

Me llevó a su apartamento en alguna zona bien iluminada, de viejas casonas y calles y banquetas amplias. Su pisito casi sin muebles y decorado con su propios cuadros. Me llevó directo a su cama. Me dejé hacer porque quería ver hasta donde llegaría su grado de barbaridad. Ni siquiera lo toqué. Él me desnudó y se me montó como lo hacen los animales que andan a cuatro patas. Se vino afuera de mi en tres patadas. Se recostó y bufó extasiado. Yo apenas había sentido que se movía sobre mí, me levanté y me vestí de nuevo.

En una tarjeta le dejé la dirección de este blog. Ni siquiera me preguntó mi nombre. Así son algunas bestias.

Pero eso pasó el miércoles, aún me quedan varias historias de la semana pasada que les he de contar.


dos vibradores son mejor que uno

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